El artista alemán Anselm Kiefer concibe al creador como un alquimista, alguien capaz de transformar los elementos de la tierra para liberar su poder oculto. En este sentido, el plomo, con su potencial de transmutación en oro, ocupa un papel central en su obra. Realizada tras su primer viaje a Israel, Jerusalem [Jerusalén] (1986) es un imponente lienzo dividido en dos partes. Para su creación, Kiefer vertió plomo caliente sobre una pintura de paisaje previamente elaborada. Varios meses después, arrancó secciones del metal endurecido, lo que dejó cicatrices en la superficie y modificó su textura para exponer capas ocultas y variaciones de color. Al igual que la ciudad que le da nombre, las marcas visibles en la obra encarnan una historia tumultuosa y reflejan tanto una realidad compleja como un ideal fugaz que la sustenta.
-En Glenstone Field Guide.